LA POESIA AL ALCANCE DE LOS NIÑOS (AS)
Por Gabriel García Márquez
Un maestro de literatura
le advirtió el año pasado a la hija menor de un gran amigo mío que su examen
final versaría sobre "Cien años de soledad". La chica se asustó, con
toda la razón, no sólo porque no había leído el libro, sino porque estaba
pendiente de otras materias más graves. Por fortuna, su padre tiene una
formación literaria muy seria y un instinto poético como pocos, y la sometió a
una preparación tan intensa que, sin duda, llegó al examen mejor armada que su
maestro. Sin embargo, éste le hizo una pregunta imprevista: ¿qué significa la
letra al revés en el título de Cien años de soledad? Se refería a la edición de
Buenos Aires, cuya portada fue hecha por el pintor Vicente Rojo con una letra
invertida, porque así se lo indicó su absoluta y soberana inspiración. La
chica, por supuesto, no supo qué contestar. Vicente Rojo me dijo cuando se lo
conté que tampoco él lo hubiera sabido.
Ese mismo año, mi hijo
Gonzalo tuvo que contestar un cuestionario de literatura elaborado en Londres
para un examen de admisión. Una de las preguntas pretendía establecer cuál era
el símbolo del gallo en El coronel no tiene quien le escriba. Gonzalo, que
conoce muy bien el estilo de su casa, no pudo resistir la tentación de tomarle
el pelo a aquel sabio remoto, y contestó: «Es el gallo de los huevos de oro».
Más tarde supimos que quien obtuvo la mejor nota fue el alumno que contestó,
como se lo había enseñado el maestro, que el gallo del coronel era el símbolo
de la fuerza popular reprimida. Cuando lo supe me alegré una vez más de mi
buena estrella política, pues el final que yo había pensado para ese libro, y
que cambié a última hora, era que el coronel le torciera el pescuezo al gallo e
hiciera con él una sopa de protesta.
Desde hace años colecciono
estas perlas con que los malos maestros de literatura pervierten a los
niños.Conozco uno de muy buena fe para quien la abuela desalmada, gorda y
voraz, que explota a la cándida Eréndira para cobrarse una deuda es el símbolo
del capitalismo insaciable. Un maestro católico enseñaba que la subida al cielo
de Remedios la Bella era una transposición poética de la ascensión en cuerpo y
alma de la virgen María. Otro dictó una clase completa sobre Herbert, un
personaje de algún cuento mío que le resuelve problemas a todo el mundo y reparte
dinero a manos llenas. «Es una hermosa metáfora de Dios», dijo el maestro. Dos
críticos de Barcelona me sorprendieron con el descubrimiento de que "El
otoño del patriarca" tenía la misma estructura del tercer concierto de
piano de Bela Bartok. Esto me causó una gran alegría por la admiración que le
tengo a Bela Bartok, y en especial a ese concierto, pero todavía no he podido
entender las analogías de aquellos dos, críticos. Un profesor de literatura de
la Escuela de Letras de La Habana destinaba muchas horas al análisis de Cien
años de soledad y llegaba a la conclusión - halagadora y deprimente al mismo
tiempo- de que no ofrecía ninguna solución. Lo cual terminó de convencerme de
que la manía interpretativa termina por ser a la larga una nueva forma de ficción
que a veces encalla en el disparate.
Debo ser un lector muy
ingenuo, porque nunca he pensado que los novelistas quieran decir más de lo que
dicen. Cuando Franz Kafka dice que Gregorio Samsa despertó una mañana
convertido en un gigantesco insecto, no me parece que eso sea el símbolo de
nada, y lo único que me ha intrigado siempre es qué clase de animal pudo haber
sido. Creo que hubo en realidad un tiempo en que las alfombras volaban y había
genios prisioneros dentro de las botellas. Creo que la burra de Ballam habló
-como lo dice la Biblia- y lo único lamentable es que no se hubiera grabado su
voz, y creo que Josué derribó las murallas de Jericó con el poder de sus
trompetas, y lo único lamentable es que nadie hubiera transcrito su música de
demolición. Creo, en fin, que el licenciado Vidriera -de Cervantes- era en
realidad de vidrio, como él lo creía en su locura, y creo de veras en la
jubilosa verdad de que Gargantúa se orinaba a torrentes sobre las catedrales de
París. Más aún: creo que otros prodigios similares siguen ocurriendo, y que si
no los vemos es en gran parte porque nos lo impide el racionalismo oscurantista
que nos inculcaron los malos profesores de literatura.
Tengo un gran respeto, y
sobre todo un gran cariño, por el oficio de maestro, y por eso me duele que
ellos también sean víctimas de un sistema de enseñanza que los induce a decir
tonterías. Uno de mis seres inolvidables es la maestra que me enseñó a
leer a los cinco años. Era una muchacha bella y sabia que no pretendía saber
más de lo que podía, y era además tan joven que con el tiempo ha terminado por
ser menor que yo. Fue ella quien nos leía en clase los primeros poemas que me
pudrieron el seso para siempre.
Recuerdo con la misma
gratitud al profesor de literatura del bachillerato, un hombre modesto y
prudente que nos llevaba por el laberinto de los buenos libros sin
interpretaciones rebuscadas. Este método nos permitía a sus alumnos una
participación más personal y libre en el prodigio de la poesía. En síntesis, un
curso de literatura no debería ser mucho más que una buena guía de lecturas.
Cualquier otra pretensión no sirve para nada más que para asustar a los niños.
Creo yo, aquí en la trastienda.
TRABAJA EN EL CUADERNO
1. Después de la lectura comprensiva del texto extrae una frase de cada párrafo para comentar, argumentar, reafirmar o contradecir.
2. Consulta en la biografía de nuestro nóbel de literatura aspectos relevantes de su vida como maestro
3. Construye una página especial titulada: "GRACIAS MAESTRO GABO"
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